No es novedad que la pandemia ha sido un antes y después en muchos aspectos. En nuestra vida laboral tuvimos el, hasta ese momento, inédito desafío de la virtualidad. Salvo quienes se desempeñaban en las bautizadas en marzo 2020 como “actividades esenciales”, pasamos a trabajar todos los días desde casa, al igual que nuestros colegas.
Pocas empresas estaban preparadas, se calculaba que solamente un 2% de los trabajadores formales en Argentina estaban aplicando esta modalidad laboral. Pero para 2020 ya había muchas herramientas y conectividad suficiente como para sobrevivir en un primer momento, y llevar una prolija gestión una vez que logramos acomodarnos.
Quedó demostrado que se podía. Se vio las incomodidades y los beneficios de esta nueva modalidad de teletrabajo full que resultó ser, en ese duro período, un experimento laboral (y social) a grandísima escala.
En la actualidad, empresas y colaboradores saben qué se le puede pedir a ese esquema de trabajo.
Muchos se enamoraron del trabajo virtual y se convirtió en su nueva zona de confort. Allí no necesitan utilizar transporte público, ya no pierden ese tiempo. Aunque no es la única ventaja que le hemos encontrado. En el nuevo paradigma, el nómade digital es alguien cool.
Quienes tenemos responsabilidades en cuanto a búsqueda de talento, sabemos que el esquema de trabajo se ha convertido en un fuerte condicionante para muchos candidatos. Por siempre, la principal variable para que una persona se incorpore (o no) en un proceso de reclutamiento fue la remuneración ofrecida versus la expectativa del candidato. Incluso, antes de saber acerca de las posibilidades de desarrollo o el ambiente laboral. Ahora, se nos sumó otra pregunta clave que responder al potencial candidato: ¿cuál es la modalidad de trabajo?
¿Presencial?, ¿es virtual? ¿Hibrido?, ¿con cuántos días presenciales?
Si la respuesta no es la que deseaba escuchar, se nos puede “caer” el candidato al segundo que haya escuchado la (incorrecta) respuesta. Esta ya es una nueva realidad en el competitivo mercado laboral.
Hoy tenemos empresas 100% remotas, las estadísticas nos dicen que la mayoría de los trabajadores remotos se sienten más productivos cuando trabajan desde casa. Es otra realidad.
Al contrario de esta tendencia, las empresas están preocupadas con los aspectos negativos del trabajo virtual, la otra cara de la misma moneda: menor sentido de pertenencia, desconocimiento entre los miembros de los equipos, aislamiento, mayores dificultades para el liderazgo. Desde hace un tiempo pujan por mayor presencialidad que ayude a una conexión de mayor calidad con nuestras actividades, equipo y empresa. Esto lo hacen seduciendo (mejores oficinas, horarios flex y distintos cuidados) y, para quienes no valoran la fruta y barrita de cereal en la oficina, con políticas más “firmes”.
Hace ya 5 años,
escribí un artículo para la CEIM
en el que analizaba la transición veloz y forzosa a la virtualidad del 2020. En un escenario totalmente distinto, nos encontramos en una gradual búsqueda de equilibrio donde las organizaciones necesitan mantenerse con propuestas tentadoras con las que puedan atraer y retener el talento sin perder en el camino la cohesión, cercanía y liderazgo de sus equipos.
Gastón Raffo